La violencia es una auténtica lacra en nuestra sociedad. Nos acorrala en la calle, nos dispara desde la pantalla del televisor, nos traiciona en los videojuegos de nuestros hijos, se nos cuela en casa a través de la red, de la publicidad agresiva... En fin, nos rodea en todos los ámbitos de nuestra existencia. Los chicos son la imagen de una sociedad que nosotros los adultos -padres y educadores- construimos cada día para ellos. Son, por tanto, nuestro reflejo. Hagamos el esfuerzo conjunto de poner freno a la lacra de la violencia. La palabra, la razón, el argumento bien construido sobre cimientos de tolerancia e igualdad son nuestras herramientas más eficaces... ¿por qué no las usamos más?
En este momento del año solemos tener esta cuestión más presente que nunca por la afluencia de campañas institucionales contra la violencia de género que rodean al 25 de noviembre. Mientras, el resto del año nos acostumbramos a comer y cenar con noticias de muertes (de mujeres en manos de sus parejas, de atentados y conflictos bélicos varios) como un telón de fondo que ya casi no nos inmuta. Es como si nos hubiésemos inmunizado frente a la agresividad circundante al punto de incorporarla a nuestra digestión. Alguien dijo que empezamos a morir cuando perdemos la capacidad de sorpresa... Yo añadiría que seguimos muriendo si no hacemos algo por realzar los valores humanos. Es más, creo que no empezaremos a ganar la batalla a la violencia hasta que no erradiquemos la normalización que hemos realizado de la misma haciéndola partícipe habitualmente tolerada de nuestras vidas. No olvidemos que, como adultos, todos nosotros somos el referente de los jóvenes. Y sólo cuando verdaderamente sepamos transmitir absoluta intolerancia a la violencia, estaremos sembrando en nuestros chicos la auténtica semilla de la convivencia en paz.
En este momento del año solemos tener esta cuestión más presente que nunca por la afluencia de campañas institucionales contra la violencia de género que rodean al 25 de noviembre. Mientras, el resto del año nos acostumbramos a comer y cenar con noticias de muertes (de mujeres en manos de sus parejas, de atentados y conflictos bélicos varios) como un telón de fondo que ya casi no nos inmuta. Es como si nos hubiésemos inmunizado frente a la agresividad circundante al punto de incorporarla a nuestra digestión. Alguien dijo que empezamos a morir cuando perdemos la capacidad de sorpresa... Yo añadiría que seguimos muriendo si no hacemos algo por realzar los valores humanos. Es más, creo que no empezaremos a ganar la batalla a la violencia hasta que no erradiquemos la normalización que hemos realizado de la misma haciéndola partícipe habitualmente tolerada de nuestras vidas. No olvidemos que, como adultos, todos nosotros somos el referente de los jóvenes. Y sólo cuando verdaderamente sepamos transmitir absoluta intolerancia a la violencia, estaremos sembrando en nuestros chicos la auténtica semilla de la convivencia en paz.