Soy docente y mi vocación nació en el instante en que escuché por primera vez una pregunta de la boca de un niño. Creo no equivocarme al afirmar que lo mismo sucedió a mi compañero Ramón.
A Ramón lo conocí a comienzos de este mismo curso en que ya se jubila. Poco tiempo, sin duda. Pero confieso que han sido suficientes unos meses de convivencia laboral para aprender de su serenidad, de su discreción, de su sentido profundo de la responsabilidad, de su entrega absoluta al trabajo eficiente.
Ahora se termina su trayectoria como profesional en activo. Le toca descansar y disfrutar de un merecido tiempo de ocio que todos sus compañeros le deseamos largo, placentero y confortante. Porque es la recompensa merecida a una vida de entrega a la enseñanza.
Para él llega el tiempo de recordar momentos en que antiguos alumnos vuelven de visita al Centro alguna vez porque quieren saludar al maestro; o de evocar el nombre de aquellos cuyos hijos recibió años más tarde para empezar de nuevo la tarea... Es tiempo para recordar que en el transcurso de un día se pedía a un enseñante que fuera enfermero, hallador de objetos perdidos, psicólogo, consejero, cuidador o padre por horas... Es tiempo para recordar y para sonreír, porque de todo ello aprendió...
Ramón ha sido siempre un enemigo acérrimo de la negatividad, del temor, de la conformidad, de los prejuicios, de la ignorancia y de la apatía. Sus grandes aliados han sido la inteligencia, la curiosidad, el apoyo en la comunidad educativa y por supuesto, la constancia. La mochila profesional que se lleva a casa va llena de recuerdos. Pero, además, sus compañeros del CEO Bethencourt y Molina le deseamos un presente y un futuro lleno de vida aún por estrenar. UN FUERTE ABRAZO.
